Las crisis existenciales

La llegada de una crisis existencial no puede afrontarse como una enfermedad mental. Este tipo de fenómenos suceden antes o después a seres humanos de toda índole.

Suceden porque se derrumba el universo mental que habíamos construido en torno nuestro y que nos proporcionaba una seguridad aparente. Se derrumba nuestra propia autoimagen, o la cómoda rutina que llevábamos hasta entonces, o la estructura familiar, o nuestras aspiraciones vitales o incluso nuestra misma estructura de valores.

Este terremoto existencial no es propio de un ser que está enfermo, sino de alguien cuyo mundo se está desmoronando dejándolo completamente desnudo. Se trata de una desnudez que saca a relucir inseguridades, carencias, temores de todo tipo y un sentimiento generalizado de estar confundido y desnortado. Este estado de desnudez nos deja en una situación de enorme vulnerabilidad ante el mundo. Es una sensación de estar expuesto ante los demás en total indigencia. Una grieta profunda se ha abierto en nuestros mismos cimientos y nos tambalea como si fuéramos marionetas.

¿Qué hacer entonces?¿A dónde acudir?¿A quién se lo contamos?

Cuando un cataclismo de esta envergadura nos sucede, lejos de lamentarnos por ello, cabe considerar que estamos en condiciones de experimentar un salto madurativo de enorme calibre. Esto es muy difícil contemplarlo en el momento en que sucede, aunque, después de pasados unos años, sí podamos considerarlo así.

Las crisis existenciales pueden operar como catalizadores de una revolución interior. Las dimensiones profundas del ser humano, que suelen quedar ocultas en el estado ordinario de vivir, llaman entonces a la puerta. En esas regiones abisales es donde nos preguntamos quiénes somos y para qué hemos venido a esta vida; es decir, cuál es nuestro propósito real que otorgue una razón de ser al esfuerzo diario.

 Esta experiencia de adentramiento en el significado de la vida es un movimiento hacia la sabiduría atemporal,  y no una enfermedad medicable. Si realmente asumimos el reto que se nos abre por delante, una nueva vida está por comenzar. Una nueva vida donde la filosofía y la espiritualidad tienen mucho que decir.

Pero para acceder a esta experiencia transformadora, es preciso una condición: permanecer y atender ese estado de confusión, de desnudez e indefensión. O dicho de otro modo: no volver a huir de él.

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